LA PEQUEÑA MUERTE
Me relataste acerca de tu soledad.
Que, de vez en cuando,
guardas tu corazón en el freezer
en envoltura delicada para que
no se arruine el terciopelo
junto a la seda fina
de tus íntimos pensamientos.
Te imaginé en tus sobresaltos
al oír el ruido del ascensor
y de como el abrir y cerrar de esas puertas
te proyectan la película de las lucecitas
que viborean por debajo de la ventana
entrando a conversar con tus miedos.
Abriste el grifo de la ducha
-me contaste-
con la piel bañada
por chorros de luna:
un frío erizo te corrió
por los huecos que no
alcanzabas con las manos.
Azulejos grises tus ojos,
reinos del carmín tus labios.
Retornaste al cuarto sin vestirte,
prendiste sahumerios de manzana
en la penumbra congregada
de pequeños diablitos reidores,
ebrios de un fruto así maduro.
Te arrellanaste sobre la cama
-según me dijiste-
con los pies y el sueño fríos,
desmelenada, con exuberancia
de sombra hecha bucles en el cabello.
Pestañaste de universos
al inundar tus ojos de abandono.
Enmudeciste el teléfono al
toque leve de tus dedos y
lentamente floreciste la noche
de tu bella agonía.
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Pablo César Pereyra, El Palomar, noviembre de 2008.
Muros de azulejos
Últimamente no llevás cuenta de tus risas,
dejás que el río vaya jugando con tus pies
que desnudos son alga y corriente mansa,
ritos que juegan a las escondidas con el agua.
Los días pasan pero no así tus miedos
descansados en tierra húmeda y germinando
en selvas de frondosa enredadera al sueño
peinado en fragancias de lociones inquietas.
Yo hecho río voy lamiendo tu piel mojada
para luego ir pasando hacia el infinito costero
encajonado por arboledas de manzanos
coronados por frutas compradas en museos
de cera y puestas sobre el centro de la mesa.
No te mirás en el espejo que no te refleja:
velada está la imagen, Estrella (la luz te ciega).
Decís que sos sabia sin savia,
pura hojarasca muerta con vocación de fogata,
aquella flor del Hombre de la Arena,
esa muñeca tan venenosa como inventada.
Últimamente soy más río y menos quebranto
y ya no extraño la mojadura de tu piel húmeda,
ni saco cuentas de la risa que perdías
en la búsqueda inútil de los capullos inmortales.
Últimamente yo me baño en propias aguas
y dejo que se pudran lentamente todos tus pétalos
por la orilla de la corriente encrespada.
Últimamente no llevás cuenta de tus risas,
dejás que el río vaya jugando con tus pies
que desnudos son alga y corriente mansa,
ritos que juegan a las escondidas con el agua.
Los días pasan pero no así tus miedos
descansados en tierra húmeda y germinando
en selvas de frondosa enredadera al sueño
peinado en fragancias de lociones inquietas.
Yo hecho río voy lamiendo tu piel mojada
para luego ir pasando hacia el infinito costero
encajonado por arboledas de manzanos
coronados por frutas compradas en museos
de cera y puestas sobre el centro de la mesa.
No te mirás en el espejo que no te refleja:
velada está la imagen, Estrella (la luz te ciega).
Decís que sos sabia sin savia,
pura hojarasca muerta con vocación de fogata,
aquella flor del Hombre de la Arena,
esa muñeca tan venenosa como inventada.
Últimamente soy más río y menos quebranto
y ya no extraño la mojadura de tu piel húmeda,
ni saco cuentas de la risa que perdías
en la búsqueda inútil de los capullos inmortales.
Últimamente yo me baño en propias aguas
y dejo que se pudran lentamente todos tus pétalos
por la orilla de la corriente encrespada.
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