Cenizas
Una
lluvia de cenizas cayó sobre Bariloche. Insistente, pertinaz, molesta, cayó y
siguió cayendo.
Algunos
vecinos (según escuché) salieron a la calle con paraguas y abrigos, pero ésta
resbalaba y seguía hasta el suelo.
Está
claro; era ceniza, no agua, ni siquiera nieve.
Mejor
hubiese sido tener a mano una parrilla, tanto como para imaginar en qué lugar
del cielo, o del atlas, se cocinaba un asado milenario al que no estaban
invitados.
Cenizas.
Sólo cenizas. Frías para colmo; sin la sospecha del fuego de un amor en otros
tiempos.
Bravuconadas
de esos volcanes trasandinos.