Azúcar Negra
Tus acordes me laten ahora, abruptamente.
No conozco tus aromas, tus ángulos, tus transas.
Me conservo, barnizo mis huesos de tu huida.
Tu boca vale el golpe de la suerte, la manzana partida, las pepitas, los demonios.
Se lustran mis huesos en la promesa de tu audaz distancia.
Tu boca vale este latido insomne como desnudos dedos de ninfas en puntillas
sobre mi piel papel, escribiéndome.
Ayer mientras dormía, desolada y enredada,
No conozco tus aromas, tus ángulos, tus transas.
Me conservo, barnizo mis huesos de tu huida.
Tu boca vale el golpe de la suerte, la manzana partida, las pepitas, los demonios.
Se lustran mis huesos en la promesa de tu audaz distancia.
Tu boca vale este latido insomne como desnudos dedos de ninfas en puntillas
sobre mi piel papel, escribiéndome.
Ayer mientras dormía, desolada y enredada,
me dejabas en la nuca tu tierno vicio como beso.
Si me derivo en tu río y le canto un tango rufián a tu humedad.
Y si me pierdo entre tus aguas como si fuera la primera.
Y si en vez de peinarte trenzas te peino relámpagos.
Y si arriesgo tu luz y me preño de vos
Si me derivo en tu río y le canto un tango rufián a tu humedad.
Y si me pierdo entre tus aguas como si fuera la primera.
Y si en vez de peinarte trenzas te peino relámpagos.
Y si arriesgo tu luz y me preño de vos
y hacemos la verdad en vez de hacer el amor.
Y si de golpe me marchitás diciéndome entre chaparrones:
que no me prometés ni un cuarto que dé al jardín,
ni ser en tu testamento heredera de tus excesos,
que ni helada ni aturdida ni descalza ni invisible, comerías de mis alas de mi hocico de mi hambre.
Que ni estrellada de licores morderías el angelado anzuelo que brota en mi espalda.
Y si de golpe me marchitás diciéndome entre chaparrones:
que no me prometés ni un cuarto que dé al jardín,
ni ser en tu testamento heredera de tus excesos,
que ni helada ni aturdida ni descalza ni invisible, comerías de mis alas de mi hocico de mi hambre.
Que ni estrellada de licores morderías el angelado anzuelo que brota en mi espalda.
Entonces, seré la última mujer
que vea nacer peces desde el fondo de la tierra.
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Presagio.
Antes de mojar la arcilla,
antes de nacer del barro,
había que rodar sobre
el césped de la perra magia.
Había que cabalgar
los fantasmas amados.
Había que reírse de
las flores masacradas en la ansiedad del vórtice.
Y darle sentido a
estos peces alocados que llevamos en el vientre.
Había que aspirar los
crujidos insolentes del alma.
Había que confirmar
ese pacto en que tu lluvia y la mía
sonaban gemelas
dentro de este
universo tiernamente iluminado.
Entonces
para llenar los
huecos del instante
debimos primero
censurar la daga del silencio.
Para ver
primero debimos
cerrar los labios
y dejar que
estallaran aquellas plegarias azules.
Para crecer
devoramos la voz del
mar en nuestras costillas.
Abrimos los huesos,
perfumamos los
temores,
cuidamos las palabras
que sangran,
desplegamos los
cuerpos en espiral,
rodeamos el camino de
la muerte.
Nos llovimos de
verdades.