Máquina de escribir
Durante mi adolescencia, usaba una Olivetti preciosa
de mis padres para hacer mis prácticas de mecanografía en casa. Era gris,
aplanada y bastante jovial, no como las que había en mi escuela —esos
armatostes negros, de teclas duras, que después de mucho terminé queriendo—.
No sé cuál habrá sido el origen de esa máquina, pero sé que, en algún momento, ella dio origen a mi escritura, en el sentido romántico y en el más trivial, el de tipear con un velocidad importante. Estas semanas estuve pensando mucho en ella. Había algo en esa escritura más material, que hacía avanzar el papel, que vibraba con el campanilleo metálico de la palanca de interlineación... Uno escribía y las palabras quedaban.
Simplemente extraño a mi vieja máquina de escribir. Fue la primera que me hizo sentir escritora.
No sé cuál habrá sido el origen de esa máquina, pero sé que, en algún momento, ella dio origen a mi escritura, en el sentido romántico y en el más trivial, el de tipear con un velocidad importante. Estas semanas estuve pensando mucho en ella. Había algo en esa escritura más material, que hacía avanzar el papel, que vibraba con el campanilleo metálico de la palanca de interlineación... Uno escribía y las palabras quedaban.
Simplemente extraño a mi vieja máquina de escribir. Fue la primera que me hizo sentir escritora.