Canto
No nombraré aquí a la desdichada
la que no atiende teléfono ni timbre
la que nunca escucha, la vieja
la sorda la ciega la pelada
la que tiene la cara de palo
(así la viera Circe Maia un día)
la desdentada la sin labio
ni paladar ni lengua ni garganta
la muda
“la indefinible
la que no es presencia ni paisaje
muralla del misterio” dijo Juana Fernández
de Ibarbourou en letras de PERDIDA
(y pocos o muy pocos la leyeron)
la imposible
la que no es o es
la mariposa negra que a Marosa di Giorgio
la mirara o tal vez era Dios el que veía
porque era difícil y era fácil el ojo de Marosa
miraba las cosas desde atrás y de costado
desde arriba y desde abajo las miraba
como nosotros miramos las noches y los días
como si fueran un agujero como un agujero
que hace en la ropa la polilla
como el agujero que hace en la ropa la polilla
y cada vez se agranda un poco más y a veces
también se mete el dedo sin saber ni cómo ni por qué
pero metemos y el agujero se agranda cada vez
nunca se zurce ni se tapa ni se cubre
porque huérfanos somos todos un momento
a veces huérfanos del aire o del suelo que pisamos
perdimos también la música del fuego y el agua perderemos
no quiero no por eso aquí nombrarla
–cantar quisiera pero el canto escapa–
dejar en testamento un verbo a conjugar
Contracanto
Adelante
Señora de la Ausencia
y la dueña del Vacío,
la Oscura
la que no se nombra
la Descalabrada,
no te quedes allí
en el umbral
de toda la Aventura.
Estás en el vestíbulo
del arduo jardín que se avizora
de pie
en la antesala
del último edén con que se sueña.
Tan triste siempre
como un mar sin agua
como aguja de Sombra
o flecha de silencio
Clavada en la vena de luz de las palabras,
allí, en la bruma entreverada, atisbando
detrás de la muralla de los hielos.
Eterna enemiga del amanecer.
Recoge
tu huella de la arena
dale forma de pie y sóplale
el aire del camino y de la marcha.
Atraviesa
los círculos del fuego
asómate
de lleno a los calderos
donde se cuecen las células del oro
y al jugo del durazno empapa
la entrepierna sangrante del verano.
Escucha.
Es el ruido del mar.
Es su mirada.
Porque el ojo del mar
no tiene
párpado pupila ni pestaña.
La mirada del mar nunca termina.
Tú y yo. Los dos. Únicos.
Amigos y enemigos. habitantes
somos de este espacio, uno
adentro, otro afuera
de todos los espejos.
Los cuatro ángulos rectos de la Cruz
nos delimitan el perímetro. Cada uno
ocupa la mitad exacta de su círculo.
Porque sombra y claridad allí se entienden
en un feliz acuerdo de balanza.
Y está bien.
Lo de arriba no baja.
Lo de abajo no sube.
Es rígida y precisa la frontera.
Respetamos el pacto. Y convivimos.
Intacta está la hoja de ruta ya trazada
en este desierto donde el viento borra
todo lo escrito sobre el médano.
Apenas se derrumba vuelve la duna
a contornear su esfera
y escribimos nuestra cifra allí, aunque
se borre.
Las sílabas del Aire
Se agrupan crecen y se expanden.
En lo alto del álamo perfecto
Vuelve a brillar
El blanco sonido de la Misericordia.