Raúl Orlando Artola

INSTRUCCIONES PARA ORGANIZAR UN
BAILE Y CORTEJO FÚNEBRE


Echar a las sabandijas del salón mientras dure la fiesta.

Poner un cartel que diga: "Siembra, siembra, que alguien cosechará".

Soltar un jilguero de su jaula a mediodía.

Establecer un puente con el limonero más cercano.

Bajarle una estrella al más dolido de los tuyos.

Resucitar una mariposa, boca a boca.

Tentar al Maligno, pobrecito.

Tomar lo ajeno, que lo tuyo ya te lo han quitado.

Cortejar a la bordona, mirando a la prima.

Apagar la luz, para ver mejor.

Estimar en cuánto lo que mucho vale.

Apreciarlo de nuevo, has tasado poco.

Tomar agua entre las manos y contar los segundos que dura.

Desabrochar los botones de la camisa, de arriba hacia abajo, uno por hora.

Enarbolar lo que se pueda.

Desarbolar la nave capitana, propia o enemiga.

Besar a la mujer más próxima, sin apuro.

Besarla de nuevo.

Tantear tu cuerpo, de abajo hacia arriba, para comprobar que nada falte.

Averiguar el cumpleaños del malvón. Agasajarlo.

Atropellar la sombra, sin malicia.

Amasar la harina de trigo como las abuelas.
Mantener en la tibieza.

Arropar la última pena. Evitar que se enfríe y tosa.

Doblar la punta de una carta y escuchar si se queja.
Pedir disculpas.

Alentar a la mujer que tiene reuma.

Abandonar un vicio. La molienda del cerebro, por ejemplo.

Abrir un tanto la ventana, para que salgan las ánimas aburridas.

Calzar en la cintura un abrojo de cardo, por las dudas.

Encender una vela en la entrada, por los tuertos y miopes invitados.

Remontar un barrilete con los colores de Dionisos.

Pedir a Apolo que lo repinte en las alturas.

Dibujar el contorno de la teta de tu madre, cuando niño.

Tomar una copa de ajenjo, acompañado.

Rastrear la huella de un gato en medio de la lluvia.

Clamar por las ganancias, sin contable.

De las pérdidas se ocupan los avaros.

Entrar como saliendo, sin permiso.

Tratar a la niña con el respeto a la mujer que será.

Tratar a la mujer con la ternura merecida por la niña que fue.

Hacer un mueble sin dañar el árbol.

Tomar un cordel de seda y amurallar los deseos.

Invitar a Casimira, la tortuga de cien años.

Hacer algo útil, de penitencia.

Llamar a los músicos sin bocina.

Preparar el escenario con florcitas.

Armar paquetes con dulces para todos.

Invitar a los presentes a tomar asiento.

Pedir a la orquesta que comience a tocar.

Sacar a bailar a la más vieja de las damas.

Declamarle amor en alta voz, con duras palabras.

(Los demás harán lo propio).

Si no, qué gracia tiene.

Esto ya es el futuro. No considerar.

Que te rija sólo la belleza, los días pares.

Los nones también.

Organizar tu funeral con tiempo.

Consultar para ello a Cesárea Tinajero.

Que la oración fúnebre la canten Chavela Vargas, Eric Clapton y Caetano Veloso, en el estado en que se encuentren.

Que la última palada de tierra la eche tu hijo menor, el no nacido.

Que el epitafio diga: Guarden los pañuelos.

Que sobre la tumba planten la encina verde de Serrat y un retoño del árbol de Gernika.

Que los asistentes se retiren silbando “Someone to watch over me”, de Gershwin.

Que si alguien no la sabe, se le permita recitar por lo bajo la formación del Boca Juniors de 1981, de grata memoria.

No volver al camposanto. Los huéspedes se encargarán de todo.

Regresar y tomarse las últimas copas.

Que las sobras se repartan entre los pudientes, casa por casa.



A Mauricio Redolés

Al subcomandante Marcos