Poética:
Al lector, o le aburrimos o le matamos. Un poema malo —de leerse— podría causarte un dolor de cabeza. Un poema bueno —de acabarse— podría matarte a ti y a todo ser vivo en un radio de siete kilómetros. La poesía no es sólo fin y medio de sí misma; el lector debe ser asesinado, pero con todo el cariño. Para este fin exijo que cada verso merezca la pena el esfuerzo de leerse. En el mundo hay dos clases de personas: los ignorantes y los que no quieren serlo. Con la poesía pasa exactamente lo mismo: la hay que no sirve ni para dejarse la vista en ella.
En poesía cada imagen es una defensa de la idea. Sin idea no hay poema. Sin imagen no hay poesía. Ya sea por medio de la idea o de la imagen —si no ambas—, el poeta sólo debe aportar lo que no existe, y ser él mismo hasta cuando miente. Así, como sólo si un grano de arena irrita el tejido de la ostra, se forma la perla; sólo si el poeta es irritado debe escribirse el poema. Lo demás es lo de menos.
Texto muestra del libro:
Si concedieras, dios, dejar de amarte
a ti, que me leíste y te he leído
por envidia, cobarde como eres
bajo el polvo del mundo, inspirado
por todos los de aquí que te difaman.
Yo me fío de ti de vez en cuándo.
Todas tus partes caben en mi mesa
de escritorio y ahora, que pareces
haber perdido el juicio, disimulo;
cualquier engaño es bueno si no aburre.
No es fácil descubrir que no eres más
que un tema recurrente para un verso,
los hilos que nos cuelgan de la manga.
Apenas has llegado a merecerte
la altura de tus propias convicciones.
¿A quién no le preocupa hacer memoria
de todos los errores que cometes?
Concede, al menos, dios, que mis dos hijos
estén de ti más lejos que mis manos.
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Aarón García Peña (Madrid, 1978 - Oslo, 2061)
Escritor