Tal vez, como nació
donde la tierra siempre es ancha
y el sol entre amapolas dora trigos,
se acostumbrara a la voz grave del arado
delineando surcos hasta el cielo
o al gesto sincero de la hoz en la gavilla,
mientras, libre del lastre cotidiano,
la mente volaba a las estrellas.
O, tal vez,
como jugó después
de sol a sol con la pobreza,
forjó sobre el trillo resecado
mil sueños de juegos increíbles
mientras giraba y giraba en la parva,
al paso perezoso de las mulas,
sometidas al rigor del yugo y de su voz,
desgranando las espigas cosechadas,
o canturreando apenas en susurros …
dos por dos, cuatro… tres por dos, seis…
pero siempre con la mirada serena
fundida más allá del horizonte
sin sospechar que el futuro sería un desvarío,
en forma de guerra fratricida y celda oscura,
que se llevaría diez años de su vida.
Después vinieron otros vientos de miseria,
tiempos de hambruna y de postguerra vengativa,
de ostentosa demencia bajo palio
que aplicó oxidados cerrojos a la aurora,
amordazó a la brisa fresca su susurro
y se redimió entre misas a destajo,
pútridos huesos de santa en la mesilla
o el rezo constante de meapilas
adoradores del parduzco fru-frú de las sotanas.
Tal vez, por ello,
llevara el poso de la vida
agotado de palabras sospechosas
y a sus sueños de bohemia lucubrada
les sobraran surfeo de terrones
y les faltaran diccionarios sometidos
o, tal vez fuera
que jamás le tuvo miedo a lo imposible
ni se amoldó a la paz acobardada
que impone, siempre, el yugo dominante.
Aburrido de silencios exiliados
se fue un nueve de septiembre
a buscar el suyo
cuando la aurora desnuda
se paseaba coqueta entre olivares
y la noche callada, inmensa,
cansada de cantarles nanas a los gorriones
que dormitaban en la paz del viejo sauce
mientras soñaban su ración de saltamontes,
se retiraba agotada, igual que él,
a buscar la paz de su silencio.
A la memoria de mi padre.