Salta el sol y el agua se astilla
en el bailado de las rosáceas ondas.
El gigantesco dragón de agua
va desplegando el crepúsculo,
el aire le talla huidizas curvas
y peina al sol sus saltarinas olas.
Caracolillos amables se desaparecen
danzando entre los blancos barcos
y el derrumbe del puerto abandonado.
Hierros de antiguas glorias, lengua
de agua, incansable lamedor de heridas.
Viejo animal, viejas heridas.
La eternidad flamea en el crepúsculo
y los caracolillos rosados van hacia el sol
que una vez más los abandona. Esa
ceremonia que te azula, viejo dragón,
abrillanta aladas lentejuelas y llena el aire
de élitros y plumas. Etéreos seres me
embeben atardeciendo sobre las olas.
Un perro olfatea el pez que huyó de
la carnada. Viejo dragón, no te preguntas
por ese esquife que te surca, ni por el vientre
hinchado y la pupila espantada que
navega pétrea sobre tu rosa correntada
que pasea camalotes curiosos de ver
el mar.
Las esmeraldinas manchas que te recorren
caprichosas, cargan estípites azules en
bajeles que los hombres observan.
Los hombres que hacen puentes y barcos
te observan, especulan y se imaginan
dominando tus rosas turbiedades.
La ondulante cadencia esconde el ritmo
de lo incomprensible: El ritmo de tu vientre.
La sudestada invoca los demonios del agua
y encrespada fuerza va subiendo en busca
de hombres y de bestias. Incansable,
cargándose de palos y de mástiles,
cubrirá las casas de los hombres
hasta empacharse y se sosegará sólo
entonces, y con él, el paisaje.
Viejo dragón rosado, una vez más la
ceremonia de dibujarte a ti mismo ante
mis ojos y de restituirme la medida de
todas las cosas bajo la hoja menuda
de un pequeño aromo dorado.
A dónde retornaré si no a tu orilla
a admirar la humildad de tu potencia,
custodio del cielo y de los pájaros
cuidando mansamente de lo eterno.
Viejo dragón, vengo a mirar tus rosas aguas
que los hombres enrojecieron tantas veces
Sentir de cerca el camalote... el vuelo de
la garza. Mirarme... haber sobrevivido.
lulu@live.com.ar
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