Rodando en calle empedrada,
rumores de hierro y piedra;
pajarillos en la hiedra
y al ritmo de pata herrada
va avanzando la carreta.
Rocín flaco y desganado;
moscas en belfo caído,
jumento de andar cansado,
y un hombre medio dormido
con cigarrillo apagado.
Sentado de media pierna,
en el varal del derecho,
entre caminar maltrecho,
aromas de aquella eterna
boñiga del compañero.
Las moscas siguen volando
sobre el hocico del penco;
de vez en cuando hay un…,
¡arre!
y un palo el lomo le barre
para hostigar al jumento.
Lleva en el carro botijos,
mezclados con paja de heno;
tienen un trato muy fino
pues dan vida en su terreno
cuando se paga su vino.
Llegando al pie de la fuente
cerca del Ayuntamiento,
lanza su pregón primero;
tira la colilla al viento
y pregona...: ¡¡el botijerooo!
Pone otro Caldo en los
labios
y cebada en los del penco,
esperando a las paisanas
que se muestran muy ufanas
con sus bromas como elenco.
¡Refrescan..., como
ningunos;
no son botijos normales!
¡Venga, paisanas, salid,
que el botijero está aquí
y los vendo a dos realeeees!
Le quema el Caldo los labios
y la cebada se acaba;
las moscas siguen volando
y el hombre se va marchando,
sin haber vendido nada.