El olvido
-palabra secuestrada de mi boca-
asesina tu presencia
para regresar del averno.
Hurto tus exequias,
las abandono en un país de agujeros y lámparas de aceite
donde se improvisa la entrada
a un palacio mordisqueado por la luna.
Me veo tentado a confesar mis enojos,
la desidia de los días lluviosos
se humilla
ante un rostro lleno de tus líquidos.
Mañana, moriré en paz.