Poemas del amor suicida, VI
En el palomar
En la calle Amor de Dios
(¿qué amor?, ¿qué dios?)
hay un portalón con bailes y músicas
para ninfas espigadas
y arriba, un palomar polvoriento
lleno de colillas y platinas
donde vienen a fumarse y picarse
las negras águilas;
el polvo donde me siento
son escamas de sus alas
polvo solitario y espectral
raspadura de mariposas
caídas a tierra,
águilas secas, aguiluchos
como mi nena flaca
que podría estar bailando abajo
pero aquí se calma el ansia
aquí se aja y se despluma
aquí se mata...
Es un aire agridulce éste de arriba
pues llega de abajo
el flamenquito taconeo
de las piernas vivaces
mientras flotan en el compás
obstinado y vivaz de la bulería
estúpidas sangres y muertes:
abajo, ilusiones
arriba, desgracias.
Entre ambos pisos, una fonda
que de todo este vivir participa:
La granja, pensión barata
que supo de otras ilusiones
pero aún más de incertidumbres
de gazuzas y miserias
fracasos y desesperanzas.
Aún así, no podría
haber imaginado esta granja
que criaría en el ético
tiznosos pichones moribundos
de águilas ciegas
des-aladas
des-almadas.
¿Quién le hubiera dicho jamás
a la antigua patrona de otros tiempos,
que a tantos miserables provincianos
que hospedara tristemente
los volverían afortunados
-siglos después, al borde del Milenio-
las águilas desplumadas
las palomas desangradas
las almas deshauciadas... ?