Te fuiste volando con tus diminutos ojos negros trazados
Te fuiste volando
con tus diminutos ojos negros trazados
te llevaste mis palabras,
regresaste cargada de rabia
con el vientre estallado,
los dientes rojos y
los labios amargos
del beso moribundo
tras la cara de otro cuerpo
caminaste con tus aires
de mujer contemporánea
al café de siempre,
a ver ejecutar la flauta por otra,
a derramar tus lágrimas
sobre el viejo pecho agujerado
que sopla corcheas
y semicorcheas estropeadas
me llevaste sobre tu espalda cansada,
tus piernas desacomodadas,
tu respirar angustiado,
el pentagrama robado,
el atril del viejo de barbas…
te sentaste sobre mi pierna
tratando de buscar los labios
que rajaste con tus uñas violetas
y trazaste tus diminutos ojos
una vez más,
volviendo a partir vestida de negro
a la maloliente cama
del callejón de tierra negra
de llanto en llanto
fuiste llenado
mis ojos cristalinos,
arrugados por los años
de una vida aventurada sin rumbo alguno,
más que el callejón obscuro
de la calle de atrás,
el libro leído por otros ojos
y tocado por algún lector
de manos gastadas por el cigarrillo
y una botella de ron,
de ron asesino
que acostumbraba beber
aquel amigo
que también voló por lo cielos
y jamás regreso
solías amarrarte algunas cintas
en las piernas color rosa,
atarte otras cintas
color negro en la cintura,
solías esperarme dormida,
solías besarme medio muerto
solías hacer tantas cosas
que has olvidado,
solías olvidarme
mientras te bebías
y quemabas mi versos aburridos
con la punta del cigarrillo
de la mesa de al lado
párate un vez más desnuda
delante de mis palabras
y deja caerte
sobre el papel blanco,
el mismo de pequeñas letras
negras de carboncillo húmedo,
vuelve y quémate,
vive y muere llevándote
contigo lo único que tengo
para compartir contigo.