Los pobres no tienen país,
ni mundos numerados.
De todo lado se los echa.
Cuando entran a la panadería,
nadie cree en sus monedas.
Todos se cuidan del pobre,
que no vaya a robar,
que no toque nada,
que no se atreva, oh Dios,
mucho menos a conmovernos.
Gafas oscuras internacionales para no ver
a los seres con cara de hambre y desafuero,
la tierra pegada en la ropa de los campesinos,
rostros negros con pretensiones de derechos,
histéricas mujeres cabezas de familia que tanto hablan.
Los pobres no tienen nacionalidad.
Sólo esa terca, inexplicable esperanza.