Decantada, polícroma y azulada:
de cristal tejida, de sílice cernida,
tu cadera baila en el ágata encendida
y se forma de espinela ya bruñida.
Llevas la silueta pulida y engastada
en la dureza de la piedra fina.
Tan dulce y clara. Tan frontal y bella.
Emerges de la tierra brava cual turmalina oscura
y en la sintética expresión de un beso
tu corte brilla en la curvatura del topacio.
Vísteme tú con tu expresión de ángel:
allá en las tardes cuando brillas,
en la rinconada donde el viento tu cadera mece.
Enciéndeme tus tardes cuando el muelle sus mareas vuelve tristes.
Enjóyate desnuda hasta alcanzar la brisa.
Deja que mi mano, en una ola extinta, acicale tu figura.
Déjame vivir en ella como tierra, como arcilla o piedra,
en la gruta misma en que brotó el diamante.
Ensortijada con la luna, tu cadera bruñe y brilla,
y desviste sus secretos cuando mece en lejanía…
Empecinado y absorto, desnudo el alma persiguiendo su destello,
y se recubre, entonces, de opalinos sentimientos.
Tu cadera enuncia mis sueños de marino
y la joya que en el mar se hizo bramido:
ola inmensa, cimarrón al vendaval sujeto,
de la arena el tesoro sumergido.
Ahí, amarrado a tu corazón y al mío,
me desnudo con tu brillo,
y tu versallesco dije de la mar desvive.
Empedernido y sobrio,
dejo al mar tu cuerpo y soplo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario