MARIA ESTER MONKE, Miramar, Argentina

Abuela niña

Solo ella y esa reja.
Sus manos la oprimen y tratan de vencerla.
Siente que después de ella esta la libertad.
Ve campos de margaritas y el camino que baja hacia el mar.
La llaman, la sientan a la mesa se pregunta:
-¿Por qué no soy yo la que sirvo?
-¿Quiénes son estos ancianos?
-¿Qué hago junto a ellos?
Poco a poco se adormece en un letargo lento... muy lento.
Ahora corre, su madre la abraza,
ve niños que giran y se toman de la mano
ella gira con ellos… se hunde en un espiral.
Alguien la despierta.
-Abuela Rosa... es hora de ir a la cama.
La que le habla es una desconocida.
-“Yo no soy Rosa, soy Rosita”
y se deja llevar por esa señora de celeste que la cambia y la arropa.
Se duerme, quiere soñar.
-“Ahora sí los veo… ¿nadie los ve?
Hay niños. Allí, detrás de la reja…
niños cortando flores.
Ellos agitan sus manos.
Ellos me llaman: Rosita... Rosita...
Yo venzo la reja, me voy con ellos.
No importan las voces que quedan atrás
Voy hacia ellos… Porque allí está mi felicidad…”

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Decisión

La angustia esta clavada,
es tan larga y vieja que,
el dolor se adormece.
Entrañas muertas por el prejuicio.
La caricia con miedo
en el vientre seco.
Voces que reclaman
y otras que quedan en el olvido.
Nada será igual...
Toda elección tiene su precio.
La conciencia a martillazos
marca el no poder
de unas manos vacías.
Las ilusiones rotas
por lo que no fue a tiempo.
¿Dónde está el perdón? ¿Existe?
Decisión impuesta
y los sueños rotos.
Elección que lleva a la soledad.
¿Por qué la culpa tiene que ser de uno?
¿Por qué la vida se impone así?
No sabemos nada.
Ni muerte, ni vida.
Lo que se hace de a dos
no quedará solo en mi conciencia.


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Los fantasmas del poeta viejo que espera.
Agua envejecida en un florero,
fotos del olvido bajo una capa de polvo,
invisibles telarañas cruzan una cortina vencida por los años.
El perro de trapo salta
y una bailarina reposa sobre discos de pasta.
Libros viejos y un mapa ajado sobre una calle silenciosa…
anuncia una noche trágica.
Ya no queda nadie, solo,
apoyado sobre la mesa duerme el poeta.
El vino tinto le oscurece los ojos,
se le alerta el oído y espera…
poco a poco entraran los otros
pero él dudará en reconocerlos.
La juventud se ha ido,
no son más que fantasmas.
Las voces vendrán una a una y no han cambiado…
las mismas risas…
por un instante todo será próximo…
sonido de guitarras…
tintineo de campanas...
La mano adormecida vuelca el vaso
y el líquido, espeso cae mojándole los labios.