dana, Buenos Aires

Viveros

Imaginemos al árbol
que se plantó en el terreno,
donde después
germinó una casa,
en la cocina de mañana,
en las tardes sobre,
entre, contra, debajo,
la llenamos de hijos.
Usted, él, puso, pusieron,
un sinfín de pececitos
muertos y vivos, de colores.

Tarda años el jacarandá
en florecerse el cuerpo,
y la casa y los espejos,
y la mala suerte y el silencio.

Un día la copa alcanza ,
un día el árbol y las manos
se miran desnudos e impúdicos.

Nadie advierte:
con los años,
la piel se llena de espinas
mientras otros ojos
deshuesan el crepúsculo.