Emilio Medina Muñoz


Rodando en calle empedrada,

rumores de hierro y piedra;

pajarillos en la hiedra

y al ritmo de pata herrada

va avanzando la carreta.

Rocín flaco y desganado;

moscas en belfo caído,

jumento de andar cansado,

y un hombre medio dormido

con cigarrillo apagado.

Sentado de media pierna,

en el varal del derecho,

entre caminar maltrecho,

aromas de aquella eterna

boñiga del compañero.

Las moscas siguen volando

sobre el hocico del penco;

de vez en cuando hay un…, ¡arre!

y un palo el lomo le barre

para hostigar al jumento.

Lleva en el carro botijos,

mezclados con paja de heno;

tienen un trato muy fino

pues dan vida en su terreno

cuando se paga su vino.

Llegando al pie de la fuente

cerca del Ayuntamiento,

lanza su pregón primero;

tira la colilla al viento

y pregona...: ¡¡el botijerooo!

Pone otro Caldo en los labios

y cebada en los del penco,

esperando a las paisanas

que se muestran muy ufanas

con sus bromas como elenco.

¡Refrescan..., como ningunos;

no son botijos normales!

¡Venga, paisanas, salid,

que el botijero está aquí

y los vendo a dos realeeees!

Le quema el Caldo los labios

y la cebada se acaba;

las moscas siguen volando

y el hombre se va marchando,

sin haber vendido nada.