Vorágines
(I)
La voz
del hombre se insurrecciona
ante el silencio de lo innominado
y rompe con los receptáculos
de su obediencia ciega
a lo perenne,
y exige a cambio
algún gesto de ternura
para seguir con el papel dócil de mascota
en lo que ha sido su larga servidumbre.
(II)
Por mis
descuidos son suyas las columnas.
Ella regresa con el cansancio
reflejando su ira con férreos puños,
y hace patente su designio sombrío
mistificando su origen,
con el implacable desfile de los ataúdes
ante la orfandad de mis párpados.
(III)
Fue la
inquebrantable desnudez de sus palabras
la que hizo sonar el cántaro,
óbolos del origen
por la infracción de la memoria colectiva
al no plegarse al linaje de sus altares,
sacrificándole sus hijos
para que vivieran sus dioses de sangre y barro
con sus célebres cantos profanos.
(IV)
Me
levanto del lazo visual del abandono
para rescatar mi imagen del fondo del abismo,
cuestionado por el desasosiego
pero imperturbable.
Con las mejillas de cara al sol
y la espalda hundida en la tiniebla,
descenderé por la inexorable escalera
para borrar la sombra de las alas
tatuada por los siglos y por “los heraldos
negros.”
Una
mañana nacerá como un verde opúsculo
de las pisadas de los sueño.
(V)
Me nace
una mariposa entre los dedos,
vuela celeste por los márgenes
y vuelve antes de caer la oscuridad
a posarse en su péndulo.
Liberada del cautiverio de mi sombra,
bate sus alas con la brisa,
y vuela, como un opúsculo del polvo
algún punto en la circunferencia...
®
Daniel Montoly