Daniel Montoly


Vorágines

 

(I)

 

La voz del hombre se insurrecciona

 ante el silencio de lo innominado

 y rompe con los receptáculos

 de su obediencia ciega

 a lo perenne,

 y exige a cambio

 algún gesto de ternura

 para seguir con el papel dócil de mascota

 en lo que ha sido su larga servidumbre.

 

(II)

 

Por mis descuidos son suyas las columnas.

 Ella regresa con el cansancio

 reflejando su ira con férreos puños,

 y hace patente su designio sombrío

 mistificando su origen,

 con el implacable desfile de los ataúdes

 ante la orfandad de mis párpados.

 

(III)

 

Fue la inquebrantable desnudez de sus palabras

 la que hizo sonar el cántaro,

 óbolos del origen

 por la infracción de la memoria colectiva

 al no plegarse al linaje de sus altares,

 sacrificándole sus hijos

 para que vivieran sus dioses de sangre y barro

 con sus célebres cantos profanos.

 

(IV)

 

Me levanto del lazo visual del abandono

 para rescatar mi imagen del fondo del abismo,

 cuestionado por el desasosiego

 pero imperturbable.

 Con las mejillas de cara al sol

 y la espalda hundida en la tiniebla,

 descenderé por la inexorable escalera

 para borrar la sombra de las alas

 tatuada por los siglos y por “los heraldos negros.”

Una mañana nacerá como un verde opúsculo

 de las pisadas de los sueño.

 

(V)

 

Me nace una mariposa entre los dedos,

 vuela celeste por los márgenes

 y vuelve antes de caer la oscuridad

 a posarse en su péndulo.

 Liberada del cautiverio de mi sombra,

 bate sus alas con la brisa,

 y vuela, como un opúsculo del polvo

 algún punto en la circunferencia...

 

® Daniel Montoly