Fabiana Posse


Manto de olvido

 

Ya, desaparecer.

 Milagro de menta.

 Ocaso efímero del lobo.

 Segundo blanco que engrandece a la fiera.

 Tiempo filoso rasante cortando la risa por la mitad.

 Mil pedazos de sed.

 Rumores que reprochan los cuentos que chocan entre sí.

 Rígido y cómodo se involucra en la ensalada de sus miedos.

 La ropa fría le vomita un paisaje salido de la misma perturbada puerta violeta que abrió con los dientes.

 Y cree.

 Regresa a la mansión de sus acordes de púas.

 Rompe la cáscara, se devora a si mismo sobre la mesa.

 Camina su calle helado y se fuma el egoísmo que calmó en sus sueños.

 Y baila sobre tumbas de escombros.

 Se envuelve en la punta de un árbol sin raíces, con un bonete rojo oscuro, gritón, insoportable.

 Persigue una peluca de pájaros que no habla desde los tajos del cuerpo.

 Hundido sobre un tempano mudo deja de existir en los cuadros.

 Rueda en caravana la noche entera, errante, transitado, intoxicado de pensar beber su sangre.

 Transpiran las compuertas del final de la canalla herida.

 Olvida lo que no amanece en sus ojos.

 Olvida la edad de los nocturnos y la ruta al paisaje del tesoro.

 Olvida al pirata de luto dormido dentro de la calesita.

 Y perseguido en su cruz, naufragado de medallas y plumas inquietas,

 vuelca el esqueleto de un tren dentro de su nombre.