Rogelio Ramos Signes


Cualquier otoño

 

 

 

Hoy hace cien años

 

         aunque no sé a qué hora

 

nació mi padre,

 

mi padre que ya no está,

 

que partió con cierto apuro

 

hace casi dos décadas.

 

Vino mi padre en un vientre malagueño

 

que llegaba en un barco

 

          para derramarse aquí.

 

Vino en un vientre

 

          a la tierra del vino,

 

a mezclarse con él

 

antes de cualquier proceso.

 

Estoy hablando de uvas

 

          de las uvas que amaba mi padre,

 

que era hombre que amaba

 

los frutos de la tierra,

 

          en San Juan

 

donde la tierra es mezquina,

 

a fuerza de piedra y piedra

 

          y esa arena tan gris.

 

Me cuesta imaginar

 

este país hace cien años,

 

el puerto de Buenos Aires

 

vuelto hormiguero

 

por inmigrantes pobrísimos

 

que cuidaban sus nadas

 

en valijas de cartón y de flejes,

 

sus atados de ropa, de tela cualquiera

 

convertida en seda

 

          sólo por el uso.

 

Me cuesta imaginar el presente

 

          de ese ayer de expectativas

 

en un país que nada iba a regalarles

 

para que dejaran de ser esclavos

 

y se convirtieran en esclavos

 

          de sí mismos, todo el tiempo.

 

¿Quién era el presidente ese año

 

en que nació mi padre?

 

¿Quién quería derrocar a ese presidente?

 

Debe estar en la prensa

 

      si es historia de traiciones.

 

¿Cómo fue el trayecto

 

de Buenos Aires a San Juan por tierra

 

          luego de tanto mar?

 

Nadie puede responder a esta pregunta.

 

Los archivos hablan de otras cuestiones.

 

Las estadísticas registran el paso

 

          de apellidos gloriosos,

 

no la sombra de gente

 

con futuro de labranza.

 

Hoy hace cien años que nació mi padre.

 

No sé a qué hora.

 

Seguramente las calles

 

          estarían cubiertas de hojas,

 

y esas hojas serían amarillas

 

          como en cualquier otoño.

 

Sólo sé que fue en Albardón,

 

ligeramente al norte de la ciudad de San Juan,

 

entre Villicum y Pie de Palo.

 

¿Cómo sonaban en los oídos de esos inmigrantes

 

nombres tan extraños?

 

La pregunta se responde sólo con supuestos.

 

Cerca de las aguas termales de La Laja.

 

Cerca del mármol travertino

 

que hoy se encuentra en cualquier punto del país

 

          nació mi padre,

 

un españolito que vino al mundo

 

hace cien años, a la luz de estas provincias,

 

y al que, a pesar de no creer en Dios,

 

          Dios lo guarde.



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Génesis, mutilación y encierro

 

de un hombre que siempre retornaba al Oeste

 

 

 

Me tapé con tierra.

 

Tenía unas ideas que debían florecer en frutos venenosos,

 

por eso mi padre se encargó de rodearme con semillas

 

para disimularme en el temporal de su cariño.

 

Estuve en contacto con las lombrices

 

desde mi primera infancia,

 

ajeno al caribe de las enciclopedias,

 

cargoso con mi pequeña cicatriz,

 

intravenoso, impersonal.

 

Luego vino el mes de las nevadas

 

y ayudé desde abajo la escaramuza de las larvas.

 

No es extraño que llegara entonces

 

al borde del arroyo

 

con corazas de plástico y sonidos espaciales

 

a rescatar del olvido

 

el viejo caserón que me sirvió de escuela.

 

Ahora soy un trozo inofensivo de tierra y tétanos.

 

Cuando mi familia me lo pide

 

hago las veces de árbol navideño

 

y los hijos de mis primas me llenan con foquitos de colores.

 

Por lo demás (en días de cosecha)

 

siento un gusto especial por todo lo folk.