Un extraño lee el
horóscopo a los transeúntes
en las página amarillas,
cada mañana su vida es
más precaria
como los suburbios de un puerto que
ingresa a su vida
donde los muros se abren
paso
como las mujeres que
sostienen las esquinas,
y cruzan sin miedo la frontera de la madrugada,
intercambia caricias por una dosis de cocaína,
mientras la sonrisa ebria de la noche
lee las cartas del tarot
y se viste con la ropa de
los muertos,
un deseo de medir la inclinación del sol,
el desorden del aire en su intimidad más
profunda.
Los años vendrán a beber
en la memoria de los ausentes,
lenta la mirada envejece
al crepúsculo,
a las mujeres que pusieron un toque de
delicadeza
en el último naufragio...
( a los que navegaron por
los océanos del ron y de Madagascar )