Ana María Garrido, Buenos Aires

Lejos del mar

Lejos del mar,
sus puertos y su vórtice,
al margen del exilio,
la marea,
el vértigo,
el magma,
la rompiente,
mi soledad recoge
los frutos que le ofrece
tu acíbar
de vigilia y cadalso.
Me flagela tu olvido
de extramuros,
tu abandono de sepia,
de sépalo,
de salvia,
de salvaje agonía,
la pátina de miedo
que tapiza
las paredes
internas de mis sueños,
tu desidia sin aura y sin abrigo.
A la hora
en que la zaranda de la noche
decanta los fantasmas,
me refugio en mi reino
de ópalo y cenizas.

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HOLOCAUSTO

Respiramos los mismos
vicios acorralados
que hace miles de años.
Los vetustos espejos
cercados por la noche
perdieron hace siglos
memoria de las formas.
Fantasmas polvorientos
subastan sus chaquetas,
sus enaguas,
su hastío
en agónicas ferias
pobladas de gemidos.
Silencio aguijoneado.
Agobio de las flores.
Con paciencia de liquen,
el sol recoge el polen
de plantas venenosas.
De los trenes descienden
pasajeros de humo.
En los andenes quedan,
adustas,
sombras de los ausentes,
los que nunca han viajado,
los que no regresaron.
Los que echaron
sus almas y sus cuerpos
abrumados de olvido
a la hoguera feroz del holocausto.

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ELLA INSOMNE

Cuando
ella regresa
de los laberintos
del insomnio
a caballo del viento,
y abre las puertas
de su casa
al alba,
la luz del sol
con su viejo mortero
deshace
las últimas sombras
que la noche
olvidó en los rincones.

Con los párpados,
la piel
y los cabellos
todavía tatuados por la luna,
ella desliza
sus pantuflas de lumbre
por las veredas
inmoladas al día.
Abril le prueba al barrio
las manufacturas del otoño
e inaugura los recintos del frío.

Ella entra al mercado
vestida de tumulto,
de cráter inconcluso,
de culpa y resolana.
La reciben
las frutas y los panes
con pulcritud de nube.

En el parque,
árboles sin memoria
la ven cruzar
sombría,
arcaica,
hospitalaria.
Se muere de abandono
ante la tarde con tentáculos
de agua luminosa.
Ella hunde sus pies
en el estanque
poblado de galaxias.
Llega a su puerta
en andas de los grillos
ocultos en el aire.
Luego,
extiende sus alas
de claustro
hacia el poniente
y en un vuelo de antorchas
y alondras sin recato
anida entre las ramas
brumosas
de los astros.

Ana María Garrido