A Omar Cirera
Como una bestia herida por el tiempo, ahogándose con el tibio brotar de su sangre, muerdo el polvo gris de mi infancia.
Un coágulo de imágenes en la memoria,
un camino de espejos,
la ribera lodosa de un río donde se gesta el recuerdo.
Los caminos de la inocencia o el bosque profanado
donde el que habita es él, no yo,
sino ese que soy;
el animal hambriento que acecha desde el silencio,
la sombra insidiosa vagando en los
subterfugios de la palabra.
Y nada es cierto.
Aquí estoy, ante tus ojos, celebrando una vez más el rito, la misma forma de la mentira oculta, y aún no me ves.
Y nada es cierto.
Para sobrevivir a la muerte
I
Ingresa a las fauces de la bestia
indómita
que acecha los caminos del recuerdo.
Pronuncia su nombre y su verbo.
No eres tú a quien buscan,
no es tú sangre la que quieren beber.
No es tú cuerpo
el trofeo que vienen a buscar.
Cuida de tu sombra. Es ella quién pregunta ¿Quién eres? ¿Cuándo? y ¿Dónde?
Para sobrevivir a la muerte
II
Cuerpos, como una invasión violenta de mariposas, corriendo desenfrenadamente entre las sombras nocturnas. Manos que arrastran a la muerte.
Un llamado hacia la noche eterna.
Una masa de aire súbitamente agitada
por un aleteo de brazos.
Cuerpos cayendo en la noche eterna.
Hebras tensadas por
arañas tejedoras.
Un espacio vacío.
La ausencia de un abrazo que acuda al auxilio.
La resistencia y la agonía.
La aceptación.
Cuerpos, en los límites del lenguaje, ingresan a la noche eterna.
III
Hemos llegado.
Contempla las formas y las figuras de esos símbolos que ignoras. Mira cada uno de esos signos que aún desconoces. No hay aquí ningún recuerdo del que fuiste. Ninguna memoria te sobrevendrá.
Nada.
No hay palabras conocidas con las que puedas nombrar.
Adán, primer y único hombre destinado a nombrar las cosas, has regresado.
Éste es el paraíso perdido.