Son disímiles amores los que construyen la vida,
los que sostienen la carga, los que le aportan caricias.
Los que demandan el tiempo de brindarse compañía,
los que en miradas entregan los impulsos de otro día.
Nos vulneran las defensas, nos limitan las partidas,
nos devuelven la confianza confiriendo una sonrisa.
Como oxígeno a la hoguera, como agua en la campiña,
como sol tras la tormenta, recuperando su estigma.
Como vínculo sagrado, más allá de las fronteras,
como enlace, que silente, se nos instala en las venas.
Como luz en la neblina, como aurora en la mañana,
como abrazos entibiando en las gélidas distancias.
Y así se transmutan los roles, se fusionan, se liberan,
se distienden, se deslían, se enfatizan… y menguan.
Te rodean con su aroma, su suavidad… su ternura,
su sensatez, su belleza… o sus cándidas locuras.
Los amores son legados que noblemente eternizan,
más allá de los vaivenes que nos agitan los días,
más allá de las promesas, los errores, las partidas,
los enojos y finales… que te arrebatan la vida.