Ya sin un cobre que arrime una alegría,
vacío y mustio luego del desencanto,
el vagabundo (en ancas de su sombra)
no tiene dios ni al menos el espanto.
Se le durmieron tantísimos afectos
peregrinando detrás de sus errores,
por qué implacable ley de su destino
no hubo podido cumplir obligaciones…?
Por qué habrá sido que no alcanzó a quedarse,
que anduvo siempre partiendo distraído…
La sociedad jamás perdona a aquellos
que no se avienen a ser más prevenidos.
Ahora, bajando la cuesta de los años,
pesa el pretérito con todo lo actuado;
no hay horizonte, apenas si la calle,
y el sol doliente y el paso resignado.
La soledad lo abraza en esta hora
en que la tarde discurre consentida,
y el vagabundo que pasa frente a casa
mira sin ver y dobla sin esquinas.-
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