CARLOS ERNESTO GARCÍA, El Salvador

La reina

Bajó de una burra
que ató al tronco de un árbol
que en su copa albergaba nidos de torogoces.
Atravesó la puerta mayor de la ermita.
Se arrodilló al tiempo que cerraba sus ojos.
El cabello pelirrojo le hacía juego con sus pecas.
Su vestido de colores vivos parecía nuevo.
En la misa hablaban de cosas
que tenían que ver con la comunidad.
Todos guardaban silencio.
Incluso el cantar de los pájaros
resultaba discreto.
Luego llegó el momento de la repartición del arroz.
Una bolsita de 25 libras para cada familia.
Los mayores al escuchar su nombre
se acercaban hasta el púlpito
firmaban con su huella digital
y eso bastaba porque había confianza.
Al lado se fue formando otra fila
pero en ninguna estaba la muchacha pelirroja
que al fondo se le veía callada y solitaria.
La segunda fila
esperaba paciente una de las cajas sobrantes de cartón
que harían servir para guardar la ropa.
A la pecosita —según comentaron las ancianas—
le daba vergüenza hacer cola.
Hacía una semana
que la habían elegido reina del cantón.
Por eso desfiló con su corona
a lomos de un caballo brioso
mientras todos le lanzaban
pétalos de flores silvestres.
Cuando una señora le acercó la caja vacía.
La muchacha con una sonrisa tímida
dijo adiós desde el umbral de la puerta.
La vimos alejarse que parecía una virgen.
La vimos alejarse con su cajita made in Italia.
Montada sobre aquella burra escuálida.
Los campesinos tenían la mirada triste.
Era su reina.

(Santa Tecla, El Salvador, 1960) Escritor, poeta y corresponsal de prensa en España.