Pablo César Pereyra, El Palomar, noviembre de 2008.

Muros de azulejos

Últimamente no llevás cuenta de tus risas,
dejás que el río vaya jugando con tus pies
que desnudos son alga y corriente mansa,
ritos que juegan a las escondidas con el agua.
Los días pasan pero no así tus miedos
descansados en tierra húmeda y germinando
en selvas de frondosa enredadera al sueño
peinado en fragancias de lociones inquietas.


Yo hecho río voy lamiendo tu piel mojada
para luego ir pasando hacia el infinito costero
encajonado por arboledas de manzanos
coronados por frutas compradas en museos
de cera y puestas sobre el centro de la mesa.
No te mirás en el espejo que no te refleja:
velada está la imagen, Estrella (la luz te ciega).


Decís que sos sabia sin savia,
pura hojarasca muerta con vocación de fogata,
aquella flor del Hombre de la Arena,
esa muñeca tan venenosa como inventada.


Últimamente soy más río y menos quebranto
y ya no extraño la mojadura de tu piel húmeda,
ni saco cuentas de la risa que perdías
en la búsqueda inútil de los capullos inmortales.


Últimamente yo me baño en propias aguas
y dejo que se pudran lentamente todos tus pétalos
por la orilla de la corriente encrespada.